Escribir no lleva a la miseria, nace de la miseria.
Michel de Montaigne
Miseria. Las connotaciones negativas que despierta en nosotros este vocablo son inevitables. No obstante, considerarla a su misma vez el motor, la semilla, el génesis de la creación en muchos autores resulta una perspectiva mucho menos anodina.
Esto explica porque muchos escritores célebres, aún habiendo cosechado éxito y reconocimiento, siguieron llevando una vida llena de conflicto, excesos, adicciones inestabilidad y una retahíla de sustantivos que son fácilmente asociables a una existencia caracterizada por la miseria. Estas dinámicas les habían llevado a ser alguien, y por lo tanto se debían a ellas. Quizá no supieran vivir de otra forma, o quizá no les diera la gana. Quizá simplemente se vieran inmersos en un círculo al que me gusta considerar virtuoso, vistos sus frutos.
Mishima se hizo el haraquiri. Burroughs mató a su mujer intentando imitar a Guillermo Tell. Kennedy Toole se suicidó en su garaje, sin haber conseguido publicar. Bukowski le dio guerra a su hígado, aunque este aguantó bastante más que los de Scott Fitzgerald, Kerouac o Truman Capote. Stephen King (del que ya se ha hablado anteriormente en este blog) no recuerda haber trabajado en muchas de sus obras publicadas en los 80 debido a lo colocado que iba. Hablar de Philip K. Dick nos llevaría semanas.
¿Trágico? Puede, pero a su vez productivo. Si a mí me ofrecieran ser la mitad de prolífico cualquiera de estos autores (salvo Kennedy Toole, obviamente) por el doble de adicciones me faltaría tiempo para firmar. De hecho creo que ya lo he postergado demasiado.
Wilhelm Von Wonka
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